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29 abril 2013
A diez años de la mayor inundación de la ciudad de Santa Fe. Sociológia del Agua (con mayúsculas)
Los ruidos del agua. ¿Qué ciudad se está gestando?; ¿Se podía prever la catástrofe? se pregunta Svampa y prosigue el debate de la última Ñ sobre las urbes inundadas y el futuro inquietante.
Por Maristella Svampa
Según la autora, se debe repensar la dinámica destructiva de los modelos vigentes.
El agua jaquea a las ciudades y sus hombres
Por estos días alguien recordaba la frase de Mike Davis, gran urbanista e historiador, cuando refiriéndose al huracán Katrina, que devastó la ciudad de Nueva Orléans, afirmó: “Esta es la menos natural de las catástrofes”. ¿Es esto aplicable a la catástrofe que asoló las ciudades de La Plata y Buenos Aires? ¿Se trata ciertamente de un fenómeno que conoce sólo fuentes antropogénicas o hay que “culpar” a la Naturaleza, como hiciera, entre otros, el intendente de La Plata? ¿Qué tipo de ciudad se está consolidando en la Argentina y cuál es su relación con los modelos de desarrollo actualmente vigentes? ¿Hay más o menos Estado, o más bien, para qué sirve el Estado que algunos señalan como singularmente ausente y desde el oficialismo declaman como un actor omnipresente?
Son numerosos los debates de fondo que se abren a partir de la enorme catástrofe sufrida por la población platense y algunos barrios de la ciudad de Buenos Aires. En el número anterior de Ñ , el excelente artículo de Margarita Gascón aludía a la compleja materialidad de la ciudad moderna, la relación con el ambiente en la era del Antropoceno, mientras que el de Guillermo Tella ponía el acento en el desarrollo inmobiliario y la necesidad de generar escenarios de tipo preventivo. En diálogo con ambas notas, quisiera enfatizar la importancia de los factores antropogénicos, término que designa aquellos efectos y procesos causados por las actividades humanas, vinculándolos más directamente con los modelos de desarrollo y las dinámicas políticas y económicas.
En sintonía con el documento presentado por numerosas organizaciones políticas, sociales e intelectuales, titulado “La tormenta tiene causas naturales, la catástrofe no”, creemos que en nuestro país los procesos antropogénicos que afectan la relación entre el hombre, su hábitat y el ambiente, se ven agravados por las formas dominantes de apropiación del territorio y, en consecuencia, por los modelos de desarrollo que hoy se impulsan deliberadamente desde las diferentes estructuras del Estado. Para comenzar, el modelo estrella, el sojero, cuyas consecuencias son la deforestación, el acaparamiento de tierras y el desplazamiento de poblaciones hacia las ciudades; la megaminería, responsable de la contaminación de aguas y suelos, así como de pasivos ambientales; la explotación hidrocarburífera, que ahora apunta a explotar los llamados combustibles no convencionales a través de la fractura hidráulica o fracking, el cual, como demuestran diferentes estudios científicos, contamina las aguas y puede generar movimientos sísmicos; el transporte, el cual, desde el desmantelamiento del sistema ferroviario, en los 90, ha sobredimensionado el uso del transporte terrestre; en fin, cada vez más, el modelo inmobiliario que impulsa la urbanización descontrolada, la especulación, la eliminación de espacios verdes y la expulsión de poblaciones vulnerables.
La expansión de tales modelos de (mal)desarrollo, en un contexto de acelerado cambio climático, a lo cual hay que sumar la ausencia de previsión y la nada inocente falta de control de los funcionarios, en sus distintos niveles, nos advierte sobre el carácter peligrosamente insustentable de nuestras ciudades, al tiempo que echa luz no sólo sobre esta catástrofe y aquellas que podrían venir, sino también sobre el “proyecto de país”, a la larga también insustentable, que se estaría consolidando.
Numerosos analistas aludieron críticamente a la construcción descontrolada en las ciudades. En esta línea, otra variable preocupante es la expansión de los megamprendimientos residenciales –al estilo de los countries–, comerciales y turísticos, que se reactivaron de la mano de desarrolladores y grandes grupos inmobiliarios a partir de 2004. Al igual que en los 90, dichos grupos están poco interesados en cumplir con regulaciones urbanísticas y ambientales que, por otra parte, el propio Estado no les exige. Un ejemplo son las urbanizaciones cerradas acuáticas –que construyen su oferta en torno de paisajes asociados al agua– asentadas en la cuenca de los ríos Luján, Paraná de las Palmas y Reconquista. Tal como analiza la geógrafa platense Patricia Pintos, estas urbanizaciones tienden a desplazar poblaciones vulnerables y amenazan ecosistemas estratégicos y frágiles, como los humedales y las cuencas de los ríos, imprescindibles para la sustentabilidad del aglomerado metropolitano. Algo similar sucede con los megaemprendimientos comerciales y residenciales proyectados en Quilmes y otras localidades, que buscan emular el modelo elitista de Puerto Madero. Y, aunque parezca increíble, esto pretende hacerse invocando la defensa de la naturaleza y la sustentabilidad… Por último, otra variable importante es la proliferación de asentamientos, junto a los arroyos y ríos (inundables), así como en las ciudades. Sólo en la ciudad de Buenos Aires, en los últimos diez años, la población en asentamientos aumentó un 50%.
De modo que, pese a la retórica progresista en boga, no hemos salido del modelo de ciudad neoliberal. Antes bien, tanto el kirchnerismo como el macrismo enfatizaron la dinámica urbana propia del neoliberalismo. Frente a ello, cabe preguntar acerca del significado del retorno del Estado, cuando la realidad urbana muestra que su rol apunta a profundizar la acción del mercado, de la mano de los grandes agentes económicos –algo ilustrado por las reformas del Código de Ordenamiento Urbano en La Plata o por los negociados inmobiliarios en la ciudad de Buenos Aires, que comprometen al oficialismo local y nacional–, lo cual choca a todas luces con un modelo de ciudad socialmente inclusiva y ambientalmente sustentable. Así, si nuestras catástrofes entrecruzan de manera perturbadora escenas microapocalípticas, esto es, localizadas, de caos y muerte, con situaciones de solidaridad y auto-organización social, lo hacen de cara a un Estado bifronte: ausente en lo que respecta a la prevención y manejo de las emergencias, pero presente, en tanto actor crucial en la instalación o potenciación de dichas dinámicas destructivas.
En suma, de cara a la catástrofe, resulta imperioso reflexionar sobre la dinámica destructiva de los modelos de desarrollo y los tipos urbanos que se van consolidando. Consecuentemente, debemos repensar el rol del Estado, pues su retorno, tal como está planteado, no garantiza cambios de fondo en relación con la dinámica neoliberal. La ciudad contemporánea, para citar una vez más a Mike Davis, exige urgentes y ambiciosas investigaciones científicas, una ecología urbana que muchos desconocen o minimizan, una mirada integral, no soluciones lineales, estructuras conceptuales de gran escala que nos ayuden a entender su naturaleza, ya que “sólo una fina y transparente hoja de frágil cristal separa la civilización de su recaída catastrófica en el abismo de la historia”.
¿Cuál es la razón por la que adoramos las cosas bellas?
A partir de diversas pruebas, las neurociencias empiezan a descubrir qué efecto tienen los buenos diseños en el cerebro de las personas
Por Lance Hosey | The New York Times
Como dijo una vez el experto en administración Garet Hamel, el buen diseño se ajusta a la famosa definición que dio Justice Potter Stewart de la pornografía: uno lo reconoce cuando lo ve. Y también cuando desea apropiárselo: ciertos estudios de imágenes del cerebro revelan que cuando vemos un producto atractivo puede activarse una parte que gobierna el movimiento de la mano. Instintivamente, la extendemos para alcanzar las cosas que nos atraen. La belleza, literalmente, nos atrae. Sin embargo, no se sabe bien por qué, dice Hamel.
Ahora, eso está empezando a cambiar. Ya está en marcha una verdadera revolución en la ciencia del diseño, y la mayoría de la gente, incluidos los diseñadores, ni siquiera lo sabe.
Por ejemplo, el color. El año último, investigadores alemanes descubrieron que con ver ciertos tonos de verde alcanza para que se disparen la creatividad y la motivación. Es fácil adivinar por qué: asociamos el verde con la vegetación que produce alimentos, con la promesa que eso implica.
Según muestran esos estudios, en parte eso podría explicar por qué una habitación con vista al paisaje puede acelerar la recuperación de los pacientes en los hospitales, fomentar el aprendizaje en las aulas y alentar la productividad en los lugares de trabajo. Estudios realizados en call-centers han demostrado que los empleados que podían ver por la ventana realizan sus tareas con un 6 o 7 por ciento más de eficiencia que aquellos que no tienen una ventana cerca, lo que genera un ahorro anual de cerca de 3000 dólares por empleado.
En algunos casos puede producirse el mismo efecto con un mural fotográfico o incluso pintado, aunque no se parezca a una imagen real. Las corporaciones invierten grandes cantidades de dinero para entender lo que motiva a sus empleados, y resulta ser que un poco de color o un mural pueden lograrlo.
La geometría simple también está conduciendo a revelaciones similares. Durante más de 2000 años, filósofos, matemáticos y artistas se han maravillado de las propiedades únicas del rectángulo dorado: si a un rectángulo dorado se le sustrae un cuadrado, lo que queda es otro rectángulo dorado, y así sucesivamente hasta el infinito.
Las así llamadas proporciones mágicas (alrededor de 5 por 8) son frecuentes en el formato de libros, estudios de televisión y tarjetas de crédito, y son la estructura que subyace en algunos de los diseños más venerados de la historia: las fachadas del Partenón y Notre Dame, el rostro de la Mona Lisa, el violín Stradivarius y el iPod original.
Hay experimentos que se remontan al siglo XIX que demuestran que las personas prefieren imágenes con esas proporciones, pero ninguno demostró por qué.
Luego, en 2009, un profesor de la Universidad de Duke probó que nuestros ojos escanean más rápidamente una imagen cuando tiene la forma de un rectángulo dorado. Es la disposición ideal, por ejemplo, de un párrafo de texto, la que más ayuda a la lectura y la retención. Esa simple forma acelera nuestra capacidad de percibir el mundo, y sin darnos cuenta, la utilizamos siempre que podemos.
Algunos patrones también tienen ese atractivo universal. Los fractales naturales -geometría irregular autorreplicante- están presentes prácticamente en toda la naturaleza, desde las líneas costeras y el curso de los ríos hasta los copos de nieve y las nervaduras de las hojas, e incluso en nuestros pulmones. En los últimos años, los físicos han descubierto que la gente prefiere invariablemente una determinada densidad matemática de fractales: ni demasiado densa ni demasiado dispersa.
Según esa teoría, ese patrón en particular es un eco de la forma de los árboles, y más específicamente de la acacia de la sabana africana, que está albergada en la memoria humana como cuna de la raza humana. Parafraseando a un biólogo, la belleza está en los genes del que mira, y nuestro hogar está donde nació el genoma.
En 1949, la revista Life nombró a James Pollock como "el más grande pintor vivo de Estados Unidos", cuando el artista estaba creando esos cuadros que hoy sabemos que contienen una densidad fractal óptima (alrededor de 1,3 en una escala de 1 a 2 que va de vacío a sólido).
Nuestra respuesta a ese patrón geométrico es tan rotunda que hasta puede reducir los niveles de estrés hasta un 60 por ciento, por el simple hecho de estar presente dentro de nuestro campo de visión. Un investigador calculó que ya que los estadounidenses gastan 300.000 millones de dólares el año en enfermedades relacionadas con el estrés, los beneficios económicos de estas formas, si se aplicaran generalizadamente, podrían ser billonarios.
No debería sorprendernos que el buen diseño tenga efectos tan contundentes. Después de todo, el mal diseño produce los efectos inversos: las computadoras mal diseñadas pueden lastimarnos las muñecas, las sillas de formas extrañas pueden dañarnos la espalda y la luz demasiado intensa puede cansarnos los ojos.
Pensamos en el gran diseño como un arte, no una ciencia. Como si fuera un misterioso regalo de los dioses. Pero si los diseñadores supieran más de la matemática de la atracción, la mecánica del afecto, todos los objetos diseñados -desde las casas hasta los celulares, pasando por las oficinas y los autos- podrían ser lindos y a la vez beneficiosos.
http://www.lanacion.com.ar/1566048-cual-es-la-razon-por-la-que-adoramos-las-cosas-bellas
Cómo detener las armas a balazos
Las masacres ocurridas en EE.UU. evidencian el libre acceso al arsenal ofrecido hasta en supermercados. Poseer un letal fusil semiautomático es un derecho que nadie cuestiona.
"Acompañamos al resto del mundo en el duelo por los trágicos acontecimientos que se produjeron en Newtown el viernes 14 de diciembre. Los corazones de todos nosotros están con nuestros pares de Connecticut a raíz de las pérdidas inimaginables que han sufrido".
Esa inscripción no estaba en la fachada de una iglesia, de un colegio o de un club deportivo. Se leía en la página web de la tradicional fábrica de revólveres, pistolas y rifles Colt, situada en Hartford, Connecticut, a menos de cien kilómetros de la escuela primaria de Sandy Hook, donde hace cuatro meses un chico llamado Adam Lanza asesinó a veinte niños y seis adultos, después de matar a su madre con las armas que ésta tenía en casa. Uno podría especular que, previendo el vendaval de críticas que estaba a punto de desencadenarse (una vez más) a causa de la facilidad con la que cualquiera puede comprar un arma en Estados Unidos, Colt tuvo reflejos rápidos y se atajó con un mensaje de empatía. Pero además de reflejos, tuvo suerte: ninguna de las armas que usó Lanza provenían de esa empresa; en cambio eran de Carolina del Norte, de Austria y de una firma de capitales alemanes y suizos.
Pero el mundo es redondo y la sombra de Colt se proyecta, también, sobre la matanza de Sandy Hook. El rifle semiautomático Bushmaster con el que Adam Lanza mató, se basa en un modelo clásico inventado en los años '50 por una empresa llamada ArmaLite, que tras sucesivos fracasos económicos le vendió el diseño justamente a Colt. Y Colt se las arregló para convertir ese rifle, cuyo nombre genérico es AR–15, en una de las armas favoritas del ejército estadounidense, rebautizado para su uso bélico como M16, y que probó uno de sus primeros éxitos en la guerra de Vietnam.
En 1963, Colt puso a la venta la versión civil de su gloria miliar, aunque al principio la compraban, sobre todo, veteranos de guerra y coleccionistas de armas. Gracias a modificaciones para hacerlos más "competitivos" y para que entraran al nicho del tiro deportivo, el mercado se expandió y pronto se sumaron otros entusiastas fabricantes de fusiles semiautomáticos, como Smith & Wesson, Remington, DPMS, Stag, Rock River, y Bushmaster, una popular empresa de Carolina del Norte, que se jacta de ser la proveedora número uno de AR–15en Estados Unidos.
Para darse una idea cómo es ese fusil ponga en Google "Bushmaster AR–15" y fíjese, sobre todo, en su tamaño. La madre de Adam Lanza no era una excéntrica por tener en su casa semejante arma de fuego. Entre 2000 y 2010 se vendieron más de dos millones de AR–15 en Estados Unidos. Y el llamado "Freedom group", que es la casa matriz de Bushmaster, Remington y DPMS, anunció en su informe de 2011 que los rifles semiautomáticos (a los que llama "carabinas deportivas modernas") eran uno de sus productos más prometedores, con ventas que habían crecido un 27% desde 2007. Tan populares son esas "carabinas" que en 2009 y 2010 el sitio Gunbroker.com remató un AR–15 completamente rosa para sumarse a la lucha contra el cáncer de mama.
Y por eso la sombra de Colt se proyecta sobre los niños asesinados en Sandy Hook: porque popularizó un arma de guerra cuya virtud principal es disparar muchas balas (hasta 45) en poco tiempo (un minuto), sin necesidad de recargar.
Los modelos de Bushmaster se consiguen en armerías y también en más de 1500 Walmarts en todo Estados Unidos, bajo la categoría "deporte y recreación". Los modelos de Colt, más refinados, longevos y caros, también se consiguen ahí.
Reducción de daño
Adam Lanza está lejos de haber sido el primer civil estadounidense en disparar un AR–15 en esas matanzas indiscriminadas. En julio de 2012, durante el estreno de Batman: El caballero de la noche en un cine de Colorado, James Eagan Holmes mató a doce personas e hirió a cincuenta y ocho con uno de los modelos de Smith & Wesson. Hay más ejemplos. Pero lo cierto es que no hace falta ese fusil para causar un gran daño; basta una pistola semiautomática con mucha munición, porque el acopio de munición suple una mala puntería. Seung Hui Cho, que en 2007 asesinó a treinta y tres e hirió a veintinueve en la Universidad Estatal de Virginia, llevaba una Glock 19 que, dependiendo del cargador utilizado, tiene capacidad para disparar hasta treinta y tres balas de una vez.
La llamada Prohibición Federal de Armas de Asalto, que estuvo vigente en Estados Unidos entre 1994 y 2004, paralizó la fabricación de ciertas versiones civiles de ese tipo de armas e ilegalizó su venta y tenencia, argumentando que permiten matar y herir a un gran número de personas e infligir múltiples heridas en cada víctima en un abrir y cerrar de ojos. La lógica detrás de la ley fue la de reducción de daño: no impedir que la gente compre armas, sino que quienes lo hacen y deciden matar, maten a la menor cantidad de gente posible. Es decir, minimizar la tasa de mortalidad de esos tristemente esperables ataques.
Pero además de ese singular punto de partida, la ley tuvo agujeros por los que se infiltraron demasiadas salvedades. Por empezar, no hay una definición consensuada de "arma de asalto", aparte de su particularidad de balear mucho en poco tiempo. Existen las automáticas (que disparan continuamente cuando se aprieta el gatillo y cuya regulación es estricta desde 1934), y las semiautomáticas (que disparan por cada pulsión de gatillo), y el Congreso se enfocó en dieciocho tipos, incluyendo el AR–15, y limitó la producción de cargadores de alta capacidad, poniéndoles un tope de diez balas. Sin embargo, dejó fuera de la prohibición a rifles como el Colt Match Tiger, por no considerarlo "de la familia AR–15" aunque tuviera su misma capacidad letal.
Esa ley tampoco restringió la venta de las armas que ya habían sido fabricadas y el tiempo que demoró en entrar en vigencia fue aprovechado por las empresas para confeccionar y vender todo el arsenal que amenazaba con prohibirse. Cuando la ley se hizo efectiva, había suficientes armas para pasar el invierno. Y cuando caducó en 2004, nadie la renovó.
Tres años después, Seung Hui Cho compraba para su pistola semiautomática Glock un cargador de quince balas.
Los hombres del rifle
Los defensores de la circulación irrestricta de armas para uso civil en Estados Unidos –entre ellos la Asociación Nacional del Rifle (NRA), que tiene gran peso político–, no ven la conexión entre el arma escogida por Adam Lanza o Seung Hui Cho y las masacres que cometieron. En sus términos, para perpetrar una matanza sólo se necesita a alguien medio loco y a civiles desarmados. En ese sentido, un AR–15 o un cargador de alta capacidad darían lo mismo que un revólver del siglo XIX con un tambor para seis balas. Robert VenBruggen, editor de la revista conservadora The National Review, llegó a decir que no tiene sentido controlar la munición .233 que usó Lanza en su fusil semiautomático, ya que "en algunos estados está prohibida para cazar ciervos por ser demasiado endeble". El autor se ahorró la explicación de que esa veda se basa en cuestiones éticas, ya que un animal que pesa como mínimo cien kilos difícilmente muera al instante al ser impactado por una bala así. Se ahorró también el detalle de que las víctimas de Lanza, en su enorme mayoría, no llegaban a los treinta kilos. El argumento de VenBruggen, que abreva en la supuesta inocuidad de cualquier arma de fuego y de cualquier bala per se, es recurrente en este debate.
Otro argumento, que ha despuntado con fuerza tras Sandy Hook, sostiene que a las armas sólo puede combatírselas con más armas: ya que existen y es impracticable deshacerse de ellas del todo, lo que toca hacer es pertrecharse para enfrentar a eventuales asesinos. Todavía no se habían hecho los funerales de Newtown cuando la asamblea legislativa de Michigan envió al gobernador republicano Rick Snyder un proyecto de ley para permitir a "usuarios autorizados y responsables" llevar armas a lugares donde, hasta ahora, no tienen permitido hacerlo. Como a las escuelas. Y tras una semana de silencio, el vicepresidente de la NRA, Wayne LaPierre, declaró didácticamente que "lo único que detiene a un hombre malo con un arma, es un hombre bueno con un arma". En ese sentido, y como si fuese el acople de fondo de un enorme diálogo de sordos, el pasado 2 de abril la NRA explicó el llamado "Escudo escolar nacional", por el que presionará para que cada colegio estadounidense tenga, por lo menos, un empleado armado que deberá someterse a unas sesenta horas de entrenamiento.
El otro argumento es el del derecho constitucional: la Segunda Enmienda de Estados Unidos, escrita hace más de doscientos años, dice: "Siendo necesaria una milicia bien ordenada para la seguridad de un Estado libre, el derecho del Pueblo a poseer y portar armas no será infringido."
Para la lectura oficial, la enmienda se creó con el fin de asegurar al pueblo revolucionario el derecho a armarse para derrocar un eventual gobierno tiránico. Pero otras lecturas aseguran que los padres fundadores alentaron la enmienda para darle a estados con los que necesitaban congraciarse, como Virginia, el derecho a reprimir con revólveres y escopetas los levantamientos de esclavos.
Tras la matanza de Newtown, Barack Obama viajó a Connecticut y dijo: "Desde que soy presidente es la cuarta vez que nos reunimos para acompañar a una comunidad destrozada por matanzas masivas (...) Estas tragedias deben terminar, y para que terminen debemos cambiar. Nos dirán que las causas de este tipo de violencia son complejas, y es cierto. Pero esa no es excusa para no hacer nada". La intención declarada es presionar al Congreso para que prohíba las armas de asalto y los cargadores de alta capacidad, amplíe la verificación de antecedentes, y endurezca de las leyes de tráfico de armas. De tocar la Segunda Enmienda, nadie habla.
La rabia de King
Entre todas las voces que se han alzado desde la matanza de Sandy Hook, la menos esperada fue sin duda la del best–seller mundial del horror, Stephen King. Él tiene tres armas en su casa y un ensayo recién publicado llamado Guns, que se consigue a 99 centavos de dólar en Amazon y que vale la pena leer. Es un manifiesto breve acerca de la verdadera inmoralidad que supone dejar armas semiautomáticas a disposición de cualquiera, y el punto de partida es su propia experiencia como autor del libro favorito de por lo menos cuatro adolescentes que entraron armados a sus colegios. Se trata de Rage (Rabia), que escribió cuando estaba en el secundario y publicó años después bajo el seudónimo de Richard Bachman. Allí un chico llamado Charlie mata a su profesora de álgebra y mantiene rehenes a sus compañeros. King decidió sacarlo del mercado no porque pensara que su libro había provocado o inspirado las masacres, sino porque "no se deja un bidón de gasolina al lado de un chico con tendencias piromaníacas".
King desarticula los argumentos principales de los fanáticos de las armas, como el muy esgrimido de la defensa propia y el de la supuesta "cultura de la violencia" en que viven los estadounidenses. El escritor no propone soluciones, pero sí "medidas razonables": averiguaciones de antecedentes más efectivas, prohibición de cargadores de alta capacidad, y la más difícil de concretarse: control absoluto de armas como el AR-15. ¿Por qué es tan difícil? Porque los miembros de la Asociación Nacional del Rifle tienen una enorme influencia en el Congreso. Y también, dice King, "porque muchos partidarios de las armas se aferran a las semiautomáticas de la misma manera que Amy Winehouse y Michael Jackson se aferraban a la mierda que los estaba matando."
Por Ana Prieto. http://www.revistaenie.clarin.com/ideas/Masacres-armas-EE-UU_0_896310379.html
06 abril 2013
“Threads”, Corea del Norte y la reflexividad de una sociedad posindustrial
La brabuconada de Corea del Norte con la amenaza misilística de días atrás me hizo retrotraer a cuando era un niño de once o doce años, allá por los años 1987 o 1988.
Puede resultar abrumador observar los hechos cotidanos con ojos de sociólogo pero en esos años, por un descuido de mis padres, pude ver una película en la vieja video reproductora que teníamos en mi casa, las video caseteras eran prohibitivas para el presupuesto familiar de esa época.
El mentado film de ficción, rodada y exhibida hacia el año 1984, se trataba de "Hilachas” (el título en español, “Threads” en inglés), que dejó una profunda impresión en mí. Hay que recordar que si bien por esos años agonizaba la U.R.S.S., el mundo bipolar todavía estaba vivo o dando sus últimos estertores. Eran épocas de la “guerra fría” y en consecuencia de potenciales conflictos bélicos a escala global.
La película está filmada, como dije antes, como en lo que años después se pondría de moda, es decir, con el formato de documental ficcionado. En él se relata la vida de una joven pareja que debe hacer frente al embarazo de la chica. Todo ello en un contexto de lo más sombrío, pues el mundo comienza a colapsar cuando fuerzas soviéticas (los malos) invaden Irán y E.E.U.U. - junto con OTAN (los buenos)- decide responder militarmente, por lo que se inicia una escalada de violencia con armas nucleares de corto alcance.
En G.B. comienzan a tomar medidas para afrontar la situación organizando a los gobiernos locales para el aprovisionamiento de alimentos, medicamentos y grupos de socorristas. Con el transcurso de los días y casi de improvisto la sociedad comienza a tomar razón de la gravedad de los acontecimientos, pero las cartas están echadas.
Inglaterra es uno de los primeros países afectados por la guerra nuclear mundial. Así, la protagonista, deberá afrontar su embarazo en ese presente apocalíptico en donde las bombas nucleares comienzan a caer en su país.
La película, cabe decir, es descarnada en extremo para la época de su estreno. Hay imágenes de cadáveres y gente mortalmente quemada. Por la hambruna la gente hasta come roedores. Por todos lados se ve muerte por radiación, destrucción y una desorganización total de un gobierno que ya casi no existe más. Sólo actúan algunas milicias un tanto autónomas y sin control de un poder central que no saben a quien obedecer ni qué hacer.
El film es aleccionador al tocar todas las aristas posibles de un futuro post guerra nuclear: hambre, gente gravemente enferma y herida comiendo animales crudos, clima inhóspito, vandalismo y desmoralización y desorganización social.
A diferencia de otros filmes con la misma temática en ésta, el director proyecta los posibles efectos de una guerra nuclear a escala global quince años hacia delante. En ella se puede ver el fin de la civilización como la conocemos hoy o lisa y llanamente el fin de la humanidad al perecer los animales, vegetales y provocarse la esterilidad de todo lo que en un momento tuvo con vida. Así se pueden ver a colonias de personas al filo de sus posibilidades físicas y mentales luchar contra la tierra yerma para poder extraer unos granos de ella.
Ese futuro, el de 1984, todavía no llegó y las posibilidades de que ello ocurra están cada vez más lejos. Eran los miedos de una época pretérita pues en definitiva la ciencia ficción o las hipótesis de futuros posibles no hacen más que hablarnos sobre nuestro presente. En ese caso es el presente de la “guerra fría”, es decir, de los miedos de ese presente.
Esta ficción, una muestra clara declo que se denomina distopía, nos dice que por los años 80 íbamos por mal camino, aunque si bien estábamos lejos de la crisis de los misiles en octubre de 1962, el sabor que queda en la boca es el de saborear de cerca cómo sería un futuro pos apocalíptico.
Posiblemente el director del film proyectaba el porvenir de ciertas características de la sociedad actual como una alarma de advertencia; en congruencia con esto podemos decir que dos años después tuvimos el desastre de Chernobil y el Challenger. Dos grandes fracasos para la humanidad o mejor dicho para la fe en la tecnología humana.
En ese mismo año se publicaba un libro de Ulrich Beck, “Sociedad de Riesgo” en donde sienta las bases de sus ideas principales:
* Los riesgos (no los peligros) causan daños sistemáticos a irreversibles a nivel mundial;
* La lógica del reparto de los riesgos sigue el camino de la desigualdad social estructural;
* Se produce un retorno a la incertidumbre: el riesgo es impredecible y si se puede predecir no hay nada que lo pueda detener.
* Éstos se desarrollan en la sociedad industrial que es super-reflexiva y que no puede dejar de interrogarse por esos problemas que introduce la modernidad en nuestras vidas y que, como los sistemas expertos que no podemos controlar y que dominan nuestras vidas, nos generan un gran malestar interno.
Si en esos años todavía temíamos a la tercera guerra mundial o a los problemas ambientales propios de la radiación, Threads es un film antibelicista, un grito sin temor a la vergüenza, una hipótesis de conflicto que hoy ha quedado reservada para los libros de historia y que dificilmente pueda plantearse en la mente de más de dos personas, pero, siempre hay un pero, la humanidad enfrenta nuevos problemas; y las soluciones pasan por esos sistemas expertos que de un momento a otro pueden desquiciarse como se desquician al fracasar quienes debían evitar ese conflicto armado a escala global.
Los males del ayer evidentemente no son los de hoy. Las “viejas incertidumbres conocidas” de antaño han sido reemplazadas por las “modernas incertidumbres desconocidas”, si se permite este juego de palabras. Las “guerra fría” dió paso a la “paz caliente” y nunca llegó “el fin de la historia”.
Ayer el enemigo tenía otro color de piel, hablaba otro idioma y tenía otra religion, hoy estos tienden a ser reemplazados, claro, salvo este presidente norcoreano, por quienes son idénticos a nosotros, quienes están mimetizados en nuestra sociedad, curas pedófilos, delincuentes informáticos, falsos profetas, etc. El enemigo duerme dentro de nuestra casa, está en la web cada vez que nos conectamos, hasta los solemos votar.
Las hiperreflexibidad de esta modernidad nos llena de temores a lo que puede venir, no una guerra nuclear, sino un enemigo con el rostro velado. Un enemigo que ni siquiera él mismo sabe que lo es, como por ejemplo quien manipula una central nuclear, un avión o produce medicamentos o alimentos transgénicos. Podemos ser “malos” sin saberlo al usar un desodorante que daña la capa de ozono, podemos consumir alimentos de dudosa calidad transgénica o comprar ropa producida en un “taller de esclavos”, como hace referencia el Papa Francisco.
A las par, y como plantea Z. Bauman en “La sociedad sitiada”, hay cada vez más una distancia entre el ver-saber-actuar. ¿Porqué? Por que el ametrallamiento de imágenes de los medios de comunicación puede coartar nuestra asimilación de verdaderos conocimientos. Y a su vez, es imposible hoy sostener con honestidad intelectual que uno ignora lo que está pasando en el resto del mundo. Así se establece el binomio entre los que hacen el mal y los testigos.
Todos somos testigos, a la par que somos menos tolerantes a los males que provocan esos malvados. Malvados que en líneas generales, antes podían probocar el mal hasta donde llegaban las balas que disparaban sus armas, pero que hoy sus acciones pueden ser a escala global y lo que es peor, sin que el común de la gente podamos enterarnos salvo cuando el mal ya lleva tiempo entre nosotros.
¿Cuáles son los miedos de nuestro presente? El sufrimiento y las miserias diarias, el sufrimiento que vemos por tv, por youtube, pero que cuando nos hastía nos permite cambiar impunemente de canal. Somos cada vez más intolerantes contra los males que vemos a diario, pero no actuamos en consecuencia. El derretimiento de los hielos, los alimentos transgénicos, la capa de ozono, la trata de humanos, etc etc. Pero cuando nos cansa, cambiamos de canal. Así, literalmente hemos asesinado a la empatía.
En todo caso podemos hablar de la desesperanza, de la pérdida de la fe, tan terrible o devastador como un holocausto nuclear que pueden ser similares a la falta de horizontes claros.
Finaliza la película, como corresponde a los miedos de la época, con un mundo similar a la Edad Media, con una generación deformada por la radiación y totalmente degradada por las condiciones reinantes en donde ni siquiera pueden articular palabras o frases enteras, es la barbarie que se impone por fuerza de la radiación.
¿Cómo finalizaría nuestra película (peligros) actual? Dificilmente con un mundo pos guerra nuclear. En Facebook hice un comentario relativo a el conflicto con Corea del Norte y ninguno de mis "amigos" cogieron el guante, señal sin dudas de que el conflicto bélico nuclear a escala mundial no es tomado seriamente por mis congéneres, aunque sí el sufrimiento de los animales y la violencia de género, entre otros.
El film está en muchos portales de Internet, basta con buscarlo en Google. A modo de sugerencia se puede ir a: http://www.teledocumentales.com/tag/armas-nucleares/
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